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“Mi época más feliz fue trabajando”

"Mi época más feliz fue trabajando"

Entrevistamos a Carmen Viladot (Barcelona, 1938), una mujer inteligente, moderna y con mucha vitalidad. Residente de Ronda de Dalt Residencial, nos cuenta su historia y cómo es su día a día en el centro.

Bingo los lunes, memoria los viernes. También gimnasia, piscina, relajación y cerámica. Carmen, a sus 84 años, no se pierde ninguna de las actividades organizadas por Ronda de Dalt Residencial. También lee libros que le trae su hija, el último de ellos Aplícate el cuento (2007) de Jaume Soler y Mercè Conangla. “Estoy siempre ocupada”, afirma. Por suerte, hemos encontrado un hueco en su apretada agenda para charlar con ella en el marco de la iniciativa Recortes de vida. Trayectorias vitales para entender nuestra historia, un ciclo de entrevistas en profundidad con residentes del centro con el objetivo de escucharles y de poner en valor sus historias.

¿De qué tiene buen recuerdo?

Mi época más feliz fue cuando estuve trabajando. Fui profesora de español durante 10 años en una escuela de las fuerzas aéreas y navales americanas en Castelldefels [Department of Defense Dependents Schools, por su nombre en inglés]. Aquellos 10 años fueron fabulosos. Estaba muy mimada y el sueldo era muy bueno.

Pese a que no quise estudiar Magisterio, me empezó a gustar la profesión después de dar mis primeras clases y, además, de aquella experiencia extraje métodos que me han resultado muy útiles en la educación de mis hijos. Aquella escuela fue declarada modelo, aprendí mucho de ella y de mis alumnos.

¿Y qué quiso estudiar?

Ciencias exactas como Matemáticas, pero no pude. Mi hermano enfermó y tuve que cuidar de él, por lo que, al no poder ir a clase, opté por Magisterio. Quería tener un título antes de casarme y lo logré estudiando por mi cuenta: me saqué la carrera y el título de inglés para ser profesora de este idioma. Trabajé hasta que me quedé embarazada. Me ofrecieron una beca para irme dos años a Estados Unidos como profesora de español y me hubiese gustado, pero, por las circunstancias del momento, la rechacé.

Trabajó como profesora, pero, ¿cómo fue antes la experiencia como alumna en las escuelas de la época?

Muy buena, me gustaban mucho los profesores de Matemáticas y, de hecho, aún recuerdo sus nombres. Soy una persona optimista y alegre, y siempre estaba riendo en clase.

¿Cómo recuerda su juventud?

Con 12 años conocí a mi marido, teniendo él 16. Íbamos juntos a clase. Ya con 15 empezamos a salir como novios y, siete años después, nos casamos. Él era ingeniero y fuimos marido y mujer durante más de 50 años. Pudimos celebrar las bodas de oro y tengo un recuerdo precioso de aquella fiesta.

De joven fui muy independiente y, aunque mis padres me decían que tenía que estar en casa a las diez de la noche, yo volvía cuando quería. En muchos sitios la fiesta empezaba a las diez de la noche, ¿cómo iba a estar en casa a esa hora?

¿Cómo eran aquellas fiestas?

Muy bonitas. Algunas se hacían dentro de las casas y, cuando no había espacio suficiente, en los terrados. Poníamos tocadiscos y bailábamos. Además, tras dejar de dar clases en la escuela, empecé a ofrecer clases particulares de español para no dejar del todo la docencia, y eso me permitió hacer muchos amigos ingleses que organizaban unas fiestas fabulosas. Mantengo el contacto con ellos y les he ido a visitar a sus casas en Inglaterra, donde ahora residen. Tengo un gran recuerdo de todos ellos.

¿Había muchas diferencias culturales entre ellos y los españoles?

Sí, sobre todo en los chicos. Tenían una atención que yo no encontré en los hombres españoles. Si estaban sentados, se levantaban cuando llegabas, además de acomodarte la silla. A mi marido le decía que, si tuviese que volver a casarme, lo haría con un inglés. Por suerte, mi marido era también estupendo.

Uno de ellos, mientras mi marido trabajaba, venía a buscarme a mí y a mi hija en un coche amarillo, al que yo llamaba submarino amarillo, y nos íbamos a la playa. En el barrio me criticaban por eso, pero yo hacía uso de mi libertad y a mi marido, además, no le importaba.

¿Cuáles son sus aficiones?

Me encanta viajar, aunque ya no puedo hacerlo. He viajado bastantes veces por Europa, aunque mi lugar favorito es Barcelona. También me gusta la música, sobre todo la clásica. En mi familia hay pasión por la música: mi marido tocaba la bandurria, mi madre el piano, mi abuela la guitarra y mi abuelo fue el músico, compositor y pianista Ramon Currià, cuyas obras está dando a conocer mi sobrino. Mis hijos mantienen esta tradición y él toca el piano y ella la guitarra, aunque profesionalmente se dedican a la medicina y a la docencia.

[El sobrino de Carmen recopila en un blog piezas musicales y datos biográficos de Ramon Currià, abuelo de la entrevistada y con un papel destacado en la vida musical leridana de la primera mitad del siglo XX. Puede consultarlo AQUÍ]

¿Le gusta la Navidad?

Sí, desde siempre. Todos los años montábamos en casa el pesebre y colocábamos el árbol, lo que siguen haciendo mis hijos ahora. Me reuniré con mi familia y comeremos.

Hablando de comer, ¿cuáles son sus platos favoritos?

Los mejillones, los callos y las galtas.

¿Cómo se lleva con la tecnología?

Me apaño con el móvil, aunque a más de uno le llamo sin querer. También uso una tableta para jugar.

¿Mira la televisión?

Sí, me gustan sobre todo las series. Estoy enganchada a las turcas y, por suerte, mi compañera de habitación también. [Ríe] Sigo también programas como Saber y ganar y Pasapalabra.

¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de una televisión?

Mi marido y yo no queríamos comprar una televisión porque la veíamos como la caja tonta, por lo que mis primeros recuerdos son en casa de una vecina. Íbamos a ver el Festival de Eurovisión y otros eventos, hasta el punto de que al final, ya en los años setenta, optamos por comprarnos una nosotros. De aquella época, me gustaba el Un, dos, tres,…responda otra vez. Al final nos acostumbramos a la caja tonta, aunque en su justa medida.

¿Sigue viendo Eurovisión?

Sí, aunque las canciones de ahora no me gustan. Una de mis favoritas es el La, la, la de Massiel [ganadora del festival en 1968], que hoy en día me sigue sonando alegre y me resulta más memorable que las modernas.

[Carmen explica que la vecina con la que veían la televisión era como una tercera abuela para sus hijos, ya que los quería con locura. “Era una persona maravillosa”, afirma. Relata que, cuando esa vecina cambió de domicilio, ella y sus hijos, cada domingo, después de misa y antes del almuerzo, iban a visitarla]

¿Echa algo en falta de su vida en el centro?

No, se hacen muchas actividades, aunque quizá me gustaría que se hiciese alguna más de trabajo manual porque me gustan mucho las manualidades. [Encima del escritorio, Carmen nos enseña una taza que ha hecho en las actividades de cerámica organizadas por Ronda de Dalt Residencial]

Cuando mis hijos eran pequeños, yo les ayudaba con los trabajos manuales, y recuerdo que, cuando mi hija cursaba octavo, y junto a sus compañeras de grupo, hicimos una casa inspirada en Hansel y Gretel con plastilina y galletas, a la que mi suegra añadió un gato de plastilina en el tejado.

¿Tiene algún sueño que le quede por cumplir?

Me gustaría ver a mis nietos trabajar. Mi nieta ahora en diciembre ya empieza, aunque solo una jornada de tres horas.

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